viernes, septiembre 24, 2010

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SIEMPRE A MI LADO

En Siempre a mi lado (Charlie St. Cloud) Zac Efron abandona el alegre estilo televisivo de “High School Musical” con el que saltó a la fama. El actor, que últimamente también hace sus pinitos como productor, se olvida, asimismo, de la laca de Hairspray para meterse de lleno, y con bastante desatino, en este drama romántico.

La pérdida de su ser más querido, su hermano Sam, hace que Charlie (Zac Efron) deje de ser un popular adolescente americano para convertirse en un “rarito” cuidador de cementerios. Ese paso de héroe a freak parece no afectar a Charlie durante años, pero todo cambia cuando se enamora. Sin embargo, no es en este punto cuando el capullo se convierte en mariposa, sino, más bien, cuando el dramón se convierte en tostón.

Siempre a mi lado cojea de todas sus patas. Para empezar, los protagonistas de este relato son unos jóvenes regatistas unidos por su pasión a la vela. Y si ese planteamiento inicial ya nos desanima, todavía quedan los fantasmas. Esos espíritus, esenciales en la historia, aparecen y desaparecen de forma casual, por lo que el espectador se debate entre la creencia de que los fantasmas, efectivamente, van y vienen a su antojo y la creencia de que, simplemente, Charlie St. Cloud está trastornado.

Además, Siempre a mi lado se mete en terreno pantanoso al tratar temas como el destino o la religión. De hecho, tal y como señalan en el film, Charlie está vivo porque el destino le ha deparado una misión. Ese discurso teleológico se entremezcla con alusiones explícitas a la religión católica. No en vano, uno de los elementos que estructura y da forma a la historia es una medalla de San Judas, patrón de las causas perdidas.

Por todo ello, esta película de dolor y amor no logra ni enganchar ni convencer. Resulta lejana, ajena y poco creíble, por lo que las intensas emociones que pretende transmitir no consiguen alcanzar las butacas.

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