Resulta ridículo tratar de minimizar el alcance de las redes sociales en el mundo de hoy. Por tanto, no es baladí que se cree una película sobre este fenómeno. Tal y como podemos escuchar en el nuevo film de David Fincher, “en Bosnia no tienen carreteras, pero tienen Facebook”. Por supuesto, resulta una afirmación exagerada, pero en Bosnia, al igual que en otros países, Facebook ha logrado ya mayor popularidad que, incluso, el gigante Google.
Así, en “La red social” somos espectadores de excepción del descenso a los infiernos del joven Mark Zuckerberg, quien bien pudiera ser considerado el Bill Gates del siglo XXI. El padre de Facebook se nos presenta como un chico introvertido que intenta superar sus frustraciones sociales dejando en evidencia a quienes lo rodean. De hecho, la creación de Facebook tiene su origen, precisamente, en la envidia y la venganza. Pero ese ser, en muchos aspectos deleznable, tiene también una cara B. Y es que Zuckerberg puede ser visto como un chico solitario cuya única meta es, a fin de cuentas, querer y ser querido. Ese tipo multifacético es interpretado de forma extraordinaria por Jesse Eisenberg. En el reparto lo acompañan Justin Timberlake y Andrew Garfield.
“La red social” tiene ritmo, dinamismo, gancho. Todos sabemos cómo va a acabar la película antes de que empiece, principalmente, porque el final de Facebook y de Zuckerberg aún están por escribir. Pero, a pesar de eso, el film engancha al espectador gracias, entre otras cosas, a la armonía del binomio drama-humor y al oportuno uso de una estructura no lineal que remarca los puntos de giro del relato. Hay, además, algún que otro brillante recurso técnico; apunten: escena de la regata de los hermanos Winklevoss. Por cierto, los papeles de esos hermanos gemelos los interpreta un único actor: Armie Hammer.
Este último trabajo de Fincher merece ser alabado también por su valentía. No puede ser fácil retratar a alguien como Zuckerberg y salir airoso. De la misma manera, “La red social” hace un retrato colectivo de nuestra cibersociedad y de sus mecanismos. Desde luego, una película tan osada no deja indiferente ni al nativo digital ni al inmigrante digital y, tras verla, tanto unos como otros se preguntarán qué más fenómenos nos deparará el revolucionario mundo virtual.